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28 January 2020

Si preguntamos a cualquier católico, todos sabemos que participar de la misa es muy importante. La gran mayoría sabe, además, que la participación de la misa es uno de los 10 Mandamientos. Sin embargo, sabemos que algunos católicos no participan regularmente de la Santa Eucaristía.

Dicho de una manera rápida y concreta, una de las razones principales es porque solamente se entiende esa participación como una obligación. Incluso, me arriesgo a decir, que la mayoría de los que venimos a misa, no sabemos qué sucede realmente durante esa hora que participamos del Santo Sacrificio.

Por eso, en este artículo, quiero compartirles cinco grandes razones para comprender un poco mejor el significado que tiene la santa misa, y podamos valorar el inmenso regalo que nos dejó el Señor. Si las entendemos, seguramente, nunca más dejaremos de asistir.

1. Relación personal

Si bien es cierto que podemos relacionarnos con Dios en cualquier lugar, hablando con Él mientras trabajamos, o vamos en el coche, cocinando, o dónde sea… esa hora en que estamos en la misa, vivimos una relación personal con el Padre, por medio de Cristo y gracias al Espíritu Santo, que no es posible en ningún otro lugar.

El Catecismo nos dice en el número 1373, que Cristo está presente de múltiples maneras en la Iglesia: en su Palabra, en la oración de la Iglesia, dónde están reunidos más de dos o tres en su nombre. En los pobres, enfermos, presos, en los sacramentos, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro.

Sin embargo, su presencia bajo las especies del pan y vino —consagrados durante la misa— es singular. La Eucaristía, no solo está por encima y es el fin de todos los sacramentos, sino que es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana.

En la Eucaristía están verdadera, real y substancialmente presentes el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, por ello, Cristo entero. Las otras presencias son reales, pero esta es sustancial, se hace, como Dios y hombre, totalmente presente. Es su Cuerpo y Sangre entregados por nosotros en la Cruz.

Además, nos dice san Juan (6, 53), que si no comemos la carne del Hijo del hombre, y no bebemos de su sangre, no tenemos vida en nosotros. Por eso, la única forma de mantener y nutrir la vida cristiana es por medio de la Eucaristía.

No es la única forma de nutrir nuestro espíritu, pero es la principal. Y, obviamente —aunque no lo pensemos así— si no vamos a misa, es porque no sabemos de verdad lo importante que es, o no queremos relacionarnos con Él. ¡Seamos muy claros con esto!

2. La misa es el misterio más increíble de la Iglesia

Misterio es el sinónimo griego de la palabra «sacramento» en latín. Manifiesta a través de signos visibles, realidades que son invisibles a nuestros sentidos. La misa —en ese sentido— tiene una cantidad impresionante de signos, gestos, palabras, cantos, oraciones, vestimentas, el mismo sacerdote y nosotros como pueblo fiel, que señalan una participación impresionante y sin parecido en ninguna otra forma de oración o experiencia litúrgica.

Es el Sacramento de los sacramentos. Durante esa hora estamos participando en esa glorificación del Padre, junto con todos los santos y ángeles en el cielo. Es una participación antelada del banquete eterno. Es vivir ya, aquí y ahora, lo que viviremos en el cielo.

Por ello hay que estar atento y concentrado, participando plenamente de la celebración. Pues, de otra manera, desperdiciamos ese misterio, y obviamente, nos aburrimos, nos parece una pérdida de tiempo, o creemos que no valió la pena, puesto que no sentimos nada —justamente porque no tenemos la actitud de maravillarnos con la cantidad de signos visibles y sensibles—.

Si nos decimos cristianos y amamos realmente a Jesús, la misa es el momento privilegiado de nuestra semana, para encontrarme con Él, estar junto con Él, abrirle mi corazón, escucharlo y aprender.

3. La «puesta en escena» maravillosa de la fe

El teólogo Romano Guardini utiliza la palabra «juego» cuando quiere explicar la liturgia de la misa, en el sentido que no se trata de algún tipo de trabajo u oficio, que son un medio para alcanzar un fin. Uno trabaja para recibir su sueldo y sostener a la familia. La misa es un fin en sí mismo, la misa es la forma como glorificamos al Padre.

En sí mismo tiene ese fin. No es un medio, un trabajo para ganar sueldo. Pensemos en los niños que juegan por el placer de jugar. El juego para los niños no tiene otro fin que la diversión y la alegría de compartir momentos de júbilo. Es como nosotros le damos gloria a Dios.

No solo eso. Pensemos, por ejemplo, cuando decimos que la literatura o la filosofía son «artes liberales». Son artes que están libres de cualquier fin. Uno filosofa para entender mejor la propia vida, el mundo, a Dios mismo. Así mismo la literatura.

El problema que vivimos hoy en día es que creemos que algo que no produce algún fruto, no tiene sentido en sí mismo. Esa es, precisamente, una de las razones por las que muchos de nosotros no descubrimos la riqueza extraordinaria de la misa.

Es rendirle homenaje, glorificar a Dios. «Simplemente» porque es nuestro Dios. Ese «dar gloria a Dios» es lo más importante que puede vivir el hombre. Es más, todas las cosas, trabajos, apostolado, servicios, etc. … que hacemos, debe tener como fin dar gloria a Dios.

4. Momento supremo para dar gloria a Dios

No existe en la vida del hombre, en la existencia humana, forma más excelsa de rendir nuestra acción de gracias a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros. En el sacrificio de la Eucaristía, junto con toda la creación, nosotros, seres humanos —la Creación excelsa de Dios, que reflejamos la misma gloria de Dios— alabamos y damos gracias por todo su amor hacia nosotros.

No hay forma más grandiosa de manifestar la gloria de Dios. Si somos más precisos… nosotros, en realidad, nos unimos al sacrificio de Cristo, para realizar una alianza definitiva, eterna con el Padre. Eso significa que agradecemos a Dios la creación, la vida, el hecho de que cada uno de nosotros exista.

5. La gran vocación divina y respuesta del hombre

En la misa se plasma el llamado que nos hace el Padre a regresar a la comunión y participación del amor trinitario. Dios nos invita a recuperar esa situación perdida por el pecado. Pero ahora, de un modo que rebasa cualquier capacidad humana. Gracias a Cristo podemos responder al amor de Dios.

El pecado rompió la primera alianza con Dios. Unidos a Cristo —cabeza mística de la Iglesia— nosotros como miembros del Cuerpo Místico de Cristo podemos, recién ahora, como Iglesia, volver a la obediencia original. Pero llamados a una nueva alianza.

En Cristo estamos llamados por el Padre a una nueva creación. Es el llamado a la conversión, a dejar atrás el pecado, que manchó la antigua creación, y ser unos nuevos hombres en Cristo. Cada uno de nosotros, está llamado a ser otro Cristo.

Bonus

Finalmente, si quieres realmente ser feliz y dejar atrás el pecado, participa de la misa. No olvides nunca la riqueza extraordinaria del Sacrificio Pascual. Si tenemos, al menos, estos cinco puntos presentes, ¿Cómo no vamos a querer participar del Santo Sacrificio Eucarístico?

No he mencionado ninguno de los obstáculos —como la pereza, la rutina, el desgano— adrede, pues lo que he querido es resaltar todo lo positivo que se vive en la misa. Si tenemos todo eso en cuenta, entonces se hace mucho más llevadero levantarse temprano de la cama los domingos, «empujar» a los hijos para que se preparen para salir etc.

El domingo es el día familiar. Es el único día que, normalmente, los papás pueden estar juntos con los hijos. ¡Qué otra forma más hermosa de pasar una hora con ellos en la presencia del Señor! Nuestro querido san Juan Pablo II, decía que: «Familia que reza unida, permanece unida».

(Catholic)

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